BABES IN THE WOODS
A los crímenes en los que aparecen cuerpos de niños en bosques, se los denomina tradicionalmente Babes in The Woods Cases.
La expresión procede de un cuento popular, similar en su argumento al de Blancanieves. Tras la muerte de sus padres, dos hermanos son dejados a cargo de su tío, el cual contrata a dos rufianes para que se los lleven al bosque y los asesinen: de este modo podrá apoderarse de sus bienes.
Los rufianes, no obstante, se apiadan de los niños y, en vez de matarlos, se limitan a abandonarlos en el bosque. Allí acabaran muriendo, perdidos y sin alimentos. Los pájaros del bosque entierran sus cadáveres con un manto de hojas otoñales.
Hay muchas versiones de esta historia; incluso un corto de animación de la primera época de Walt Disney, con el final de la historia convenientemente edulcorado, muy en la línea de la casa.
En la realidad, han sido muchos los casos que han sido etiquetados de esta manera. La mayoría de ellos llegaron a ser resueltos, pero también hay excepciones. La más notable es el de los Babes in the woods de Stanley Park, misterio insoluble a lo largo de 60 años, y probablemente ya para siempre.
Aunque el argumento final de Los gemelos congelados tiene poco que ver con lo sucedido en Vancouver en 1953, fue a partir del relato de este caso que tuvimos la primera idea para la novela.
EL MISTERIO DE STANLEY PARK
Vancouver, 1953
El 14 de Enero de 1.953 fueron hallados los restos óseos de dos niños en Stanley Park, Vancouver, un parque de más de 400 hectáreas de superficie que se extiende entre la ciudad y el mar. Junto a los restos, desperdigados en una densa zona de arbustos, había diversos objetos: una pequeña hacha, unos cascos de aviador de juguete, zapatos y un cinturón.
La investigación forense determinó que se trataba de un niño y una niña de unos cinco y siete años de edad; que habían muero a golpes propinados con el hacha y que el crimen se habría producido, aproximadamente, unos cinco años antes. La policía abrió una investigación pero, pese a todos los esfuerzos realizados, las llamadas al público para que colaborara y al dinero invertido, no consiguió averiguar nada. Ya no tan sólo la identidad del asesino sino ni tan siquiera la de las víctimas. Nadie parecía haber echado de menos a aquellos dos niños, y no constaba ninguna denuncia por desaparición que pudiera relacionarse con ellos. Tras meses de investigaciones y centenares de pistas que no llevaron a ninguna parte, el caso fue finalmente archivado.
Los esqueletos de los niños , junto al hacha y a los demás objetos hallados en el lugar, se exhibieron durante décadas en el Museo de la Policía de Vancouver, en una vitrina montada como una especie de pesebre, con piedras y hojas muertas incluidas, que recreaba el lugar del crimen. Ciertamente morboso. Quizás por eso, se convirtió en la atracción estrella del museo.
Finalmente, en 1996 , Donald Honeycrumb un detective de la unidad de casos no resueltos de la policía de Vancouver se hizo cargo del caso. Su primera medida fue retirar los esqueletos del Museo de la policía, ya que consideraba indigno el hecho de que fueran exhibidos públicamente. Las calaveras y los huesos fueron sustituidos por réplicas artificiales.
El detective también encargó un análisis de ADN, utilizando el pulpa de los dientes de los esqueletos como fuente. Los resultados fueron sorprendentes: se trataba de dos hermanos, sí, pero ambos varones. En su momento, basándose en el análisis forenses de la época, todos los esfuerzos se habían concentrado en buscar a un niño y a un niña.
El 14 de Enero de 1.953 fueron hallados los restos óseos de dos niños en Stanley Park, Vancouver, un parque de más de 400 hectáreas de superficie que se extiende entre la ciudad y el mar. Junto a los restos, desperdigados en una densa zona de arbustos, había diversos objetos: una pequeña hacha, unos cascos de aviador de juguete, zapatos y un cinturón.
La investigación forense determinó que se trataba de un niño y una niña de unos cinco y siete años de edad; que habían muero a golpes propinados con el hacha y que el crimen se habría producido, aproximadamente, unos cinco años antes. La policía abrió una investigación pero, pese a todos los esfuerzos realizados, las llamadas al público para que colaborara y al dinero invertido, no consiguió averiguar nada. Ya no tan sólo la identidad del asesino sino ni tan siquiera la de las víctimas. Nadie parecía haber echado de menos a aquellos dos niños, y no constaba ninguna denuncia por desaparición que pudiera relacionarse con ellos. Tras meses de investigaciones y centenares de pistas que no llevaron a ninguna parte, el caso fue finalmente archivado.
Los esqueletos de los niños , junto al hacha y a los demás objetos hallados en el lugar, se exhibieron durante décadas en el Museo de la Policía de Vancouver, en una vitrina montada como una especie de pesebre, con piedras y hojas muertas incluidas, que recreaba el lugar del crimen. Ciertamente morboso. Quizás por eso, se convirtió en la atracción estrella del museo.
Finalmente, en 1996 , Donald Honeycrumb un detective de la unidad de casos no resueltos de la policía de Vancouver se hizo cargo del caso. Su primera medida fue retirar los esqueletos del Museo de la policía, ya que consideraba indigno el hecho de que fueran exhibidos públicamente. Las calaveras y los huesos fueron sustituidos por réplicas artificiales.
El detective también encargó un análisis de ADN, utilizando el pulpa de los dientes de los esqueletos como fuente. Los resultados fueron sorprendentes: se trataba de dos hermanos, sí, pero ambos varones. En su momento, basándose en el análisis forenses de la época, todos los esfuerzos se habían concentrado en buscar a un niño y a un niña.
Ese fue el fallo que impidió que el caso fuera resuelto. Revisando los archivos de la investigación original, Honeycrumb descubrió la declaración de un testigo que se presentó voluntariamente ante los investigadores pocos días después de que saltara la noticia. Este testigo declaró haber llevado en auto-stop desde una localidad cercana hasta la entrada de Stanley Park a una mujer y a sus dos hijos, en fechas plausibles con las estimadas por los forenses para el crimen. La mujer viajaba con sus dos hijos, y le contó al testigo que estaba teniendo problemas con la policía de su pueblo, que quería aplicarle una especie de ley de "vagos y maleantes" local. Además, los dos niños llevaban cascos de aviador de juguete, como los que se encontraron en el lugar del crimen. No obstante, y puesto que el testigo estaba seguro de que se trataba de dos varones y el análisis forense había determinado que los cadáveres correspondían a un niño y a una niña, la policía no hizo nada al respecto: abrumados por la cantidad de pistas falsas que les venían de todos lados, se limitaron a tomar nota de la declaración y a archivarla.
Cuando cincuenta años después Honeycrumb intentó recuperar esta pista, ya era demasiado tarde: el testigo había muerto. Muchos archivos municipales y escolares de la época se habían perdido y no quedaba ningún hilo del que tirar. El caso de los Niños del Bosque de Stanley Park será un misterio para siempre.
EL CASO GRÉGORY VILLEMIN
El 16 de Octubre de 1984, alrededor de las 5 de la tarde, Gregory Villemin, un niño de cuatro años, desapareció de las inmediaciones del domicilio familiar, donde estaba jugando. Su madre, Christine Villemin estaba en el interior de la casa, enfrascada en tareas domésticas y cuando salió a buscarlo ya no lo encontró. Así es, cuando menos, cómo se desarrollaron los hechos según el relato de Christine. Esto ocurría en una zona rural cercana al pequeño pueblo de Lepànges, en el departamento de los Vosgos, en el noreste de Francia.
Christine Villemin corrió a buscar a su hijo en casa de sus vecinos y, al no encontrarlo, cogió el coche pensando que quizás el niño se había ido a pie en casa de la señora que le cuidaba durante su jornada laboral en una fábrica textil del pueblo. Casi simultáneamente, un cuñado de Christine, Michel Villemin, recibía una llamada anónima de una persona que le informaba de que había estrangulado a Grégory y había tirado el cadáver al cercano río Vologne. Michel Villemin llamó a la gendarmería para informar y, efectivamente, al atardecer, los gendarmes, que ya habían recibido también la denuncia de Christine por la desaparición de su hijo, encontraron el cuerpo del pequeño Grégory en el río. Estaba atado de manos y de piernas con cordeles, y llevaba una gorra hundida en la cabeza hasta taparle los ojos que, una vez retirada, mostró una expresión serena. El cuerpo no tenía golpes ni marcas evidentes de violencia. Estaba muerto, pero no había sido estrangulado.
Al día siguiente, Christine y su marido, Jean Marie Villemin, recibieron una carta anónima con este texto: "Espero que te mueras de pena, jefe. Tu dinero no te devolverán a tu hijo. Esta es mi venganza , pobre desgraciado ". La carta había sido depositada en el buzón de correos de Lepànges en algún momento entre las 4:40 y las 5: 20 de la tarde del día del crimen, es decir, muchas horas antes de que apareciera el cadáver. Casi con toda certeza antes de que se produjera el crimen. No había ninguna duda de que quien la había escrito era el asesino. La carta iba firmada con un alias: "El Cuervo". Detrás de este mote hay una referencia cinematográfica: la película de 1943 "Le Courbeau", de Heri-Georges Clouzot, sobre un pueblo en donde alguien siembra la discordia enviando a diestro y siniestro cartas anónimas que revelan secretos inconfesables de sus habitantes. Película, por cierto, inspirada en hechos reales ocurridos en la población de Tulle en 1922.
No era, ni de lejos, la primera carta del Cuervo. De hecho, durante los cuatro años anteriores, los Villemin habían recibido cientos de llamadas y muchas cartas anónimas insultantes, de burla o amenazantes. La mayoría iban dirigidas a los padres de Jean-Marie Villemin, pero otras las recibían sus familiares; principalmente los hijos y sobre todo Christine y el mismo Jean-Marie. Muchas de estas comunicaciones demostraban un resentimiento feroz hacia Jean-Marie Villemin, a quien el Cuervo menudo se refería como le petit chef. A sus veintiséis años, Jean Marie había progresado mucho en la fábrica de accesorios para el automóvil donde trabajaba; era capataz desde los veintiuno, y no parecía que su carrera fuera a detenerse en ese punto. Había quien lo consideraba "un traidor" desde el día en que después de ser despedido de un trabajo anterior por haber participado en una huelga, se borró de la CGT porque el sindicato no hizo nada por defenderlo. Sea como sea, era la persona de su círculo de amigos y familiares que mejor se había espabilado. Y el conocimiento que demostraba el Cuervo en sus comunicaciones de los eventos familiares de los Villemin sugería que se trataba de alguien de ese mismo círculo, un clan familiar no muy bien avenido, con una historia interna de pequeñas rencores, algún incesto, algún suicidio y una cierta endogamia, compuesto por unos cien miembros viviendo en la región.
Pese a que las voces no han podido ser nunca identificadas a partir de las grabaciones que se conservan, debido a su mala calidad y al hecho de que el Cuervo (o los Cuervos) impostaban la voz y probablemente tapaban el micrófono del teléfono con un pañuelo, la opinión general es que las llamadas procedían de dos personas; un hombre de voz ronca y una mujer. A este juego se sumaron ocasionalmente otros miembros de la familia, bien para darle una dosis de su propia medicina a quien fuera que en un momento determinado imaginaban que era el Cuervo, bien inspirados por los acontecimientos, para "arreglar cuentas pendientes". Cuando, antes del crimen, se acabaron poniendo algunas líneas telefónicas de los Villemin bajo vigilancia policial, el Cuervo cambió de táctica, y se dedicó a hacer llamadas a terceros haciéndose pasar por un Villemin para hacer pedidos o encargar servicios: de este modo, varios miembros de la familia se encontraron con los bomberos o con empleados de pompas fúnebres llamando a la puerta de su casa a horas intempestivas. El negocio de la electrónica prosperó en el valle del río Vologne: llegó un momento en el que la mayoría de los afectados se habían provisto de aparatos de adecuados para grabar las llamadas anónimas.
No se puede negar que en aquella pequeña comarca de los Vosgos estaban muy ocupados.
La autopsia de Grégory fue incompleta, ya que el juez Lambert, encargado del caso no considerón necesario realizar determinadas pruebas que le pedían los forenses. Por ejemplo, la única prueba toxicológica que sí se hizo fue la que detecta la presencia de alcohol en la sangre. También se determinó que el cadáver tenía relativamente poca agua en el estómago y en los pulmones, y que el agua del estómago (la de los pulmones no se analizó) no parecía proceder del río Vologne, ya que no se encontraron rastros de los elementos y microorganismos del agua del río, bastante contaminado por la presencia de muchas fábricas en sus márgenes. No se pudo concluir si Gregory murió ahogado o a consecuencia de un corte de digestión provocado por la temperatura del agua, aunque la segunda posibilidad parece más probable. Así las cosas (y en posteriores revisiones del informe) se determinó que o bien Grégory murió previamente, ahogado en otro lugar (por ejemplo, una bañera) o bien se le administró algún tipo de droga que hizo que ya estuviera comatoso y sin reflejos para intentar respirar en el momento de entrar en contacto con el agua del río. El cadáver no mostraba lesiones físicas, ni marcas defensivas ni de ningún otro tipo, salvo una pequeña herida, que se le encontró en el cráneo al levantar la piel de la cabeza. La autopsia más que dar respuestas, planteó preguntas.
El cadáver había sido arrastrado por el agua, flotando, hasta quedar atascado en una pequeña presa y la policía no podía determinar con certeza en qué punto del río había sido arrojado al agua. A falta de más elementos, pues, la investigación se centró en intentado averiguar quién era el Cuervo.
Fue por este camino por el que llegaron a Bernard Laroche, otro obrero industrial, primo hermano de Jean Marie y amigo íntimo del Michel Villemin. Laroche, aunque aparentemente mantenía una relación correcta con Jean Marie, había manifestado en algunas ocasiones frente a otras personas una cierta animadversión hacia él; le consideraba arrogante, despreciable, y un trepa. Con veintinueve nueve años, cara redonda, ojos globulosos y bigote característico, Laroche se parecía mucho a uno de los retratos robots hechos por la policía; el de un hombre al que habían visto rondando por los alrededores de la casa de la cuidadora de Grégory durante los días precedentes.
La coartada de Bernard Laroche para las horas en las que se habría producido el crimen era parcial y confusa; de hecho, lo eran todas sus actividades de ese día, desde que se levantó a las doce del mediodía (en aquellos momentos estaba haciendo el turno de noche en la fábrica donde trabajaba) hasta las siete de la tarde. A la hora en que se produjo el crimen, tenía un agujero en la coartada. Para los gendarmes, y por el juez local Lambert, encargado del caso, Bernard Laroche era sospechoso.
Este estatus se confirmó cuando su cuñada, Muriel Bolle, una adolescente de 15 años, declaró a la policía que la tarde del crimen, Bernard Laroche fue a recogerla en coche a la escuela; que se dirigieron hacia las afueras de Lepànges, donde Laroche se detuvo, salió del vehículo y regresó pocos minutos después con Grégory. Y, que inmediatamente, fueron hacia el pueblo, donde hicieron otra parada cerca de la oficina de correos y luego hacia el río, donde Bernard se detuvo por tercera vez y salió del coche con Grégory. Pasado un rato, volvió solo. Muriel Bolle repitió esta declaración seis veces, una de ellas ante el juez que llevaba el caso y otra en una reconstrucción del trayecto hecho ese día.
Cerca del lugar donde Muriel había indicado que l Bernard había llevado a Grégory hacia el río se encontraron una aguja hipodérmica y un frasco de insulina vacío de la misma marca y dosis que usaba la madre de Muriel, diabética . Esto dio lugar a la especulación de que el asesino le había inyectado la insulina al niño para provocarle un coma diabético. Esto explicaría que el niño no hubiera tragado mucha agua, aunque la insulina tarde un rato en actuar, dependiendo de la dosis y el peso del paciente. A aquellas alturas, sin embargo, ya era tarde para hacer análisis complementarios del cadáver, por ejemplo, para buscar la marca de la inyección subcutánea o intramuscular de insulina en la piel. Paralelamente, dos grafólogos identificaron la letra de Bernard Laroche en los anónimos recibidos por los Villemin.
Entonces, el juez Lambert, joven e inexperto, cometió otro error. En vez de mantener, de momento, el secreto del sumario, hizo detener a Bernard Laroche y convocó inmediatamente una rueda de prensa para comunicar a los periodistas, sedientos de noticias, la declaración de Muriel y el éxito de la investigación. Acto seguido, dejó volver a casa a la Muriel, con su familia. Muriel vivía con Laroche y les ayudaba a cuidar de su hijo pequeño, que era ligeramente retrasado.
Al día siguiente, después de pasar una noche en casa, Muriel se retractó, primero ante la prensa y luego ante la policía, de su declaración. Nunca se quejó de malos tratos, pero argumentó que había sido presionada por los gendarmes, que la amenazaban con imputarla como cómplice y enviarla al reformatorio. Ahora sostenía que el Bernard no la había ido a recoger a la escuela, que había vuelto con el autobús de transporte escolar y había ido directamente a casa.
Algunos compañeros de Muriel declararon que la chica no había cogido el autobús ese día, y que, en vez de eso había sido recogida por un coche de color verde (como el de Bernard). El conductor del transporte escolar tampoco recordaba la chica. Dijo que de haber subido a su vehículo probablemente se habría fijado, dado que Muriel tenía la piel pecosa y una cabellera pelirroja rizada bastante llamativa. Interrogada de nuevo por los gendarmes, Muriel, cuando le preguntaron por el conductor del autobús, describió al conductor habitual; pero ese día el conductor habitual estaba de baja y era un suplente quien conducía el vehículo.
No obstante, Muriel ya no cambió su versión. No lo haría nunca.
Y, con respecto a los análisis grafológicos, resultó que el juez Lambert les había solicitado saltándose los trámites legales, y los abogados del acusado consiguieron que fueran anulados por defecto de forma.
El juez Lambert ordenó que Bernat Laroche fuera liberado, aunque seguía imputado.
Al enterarse, Jean Marie Villemin, el padre del Grégory, juró públicamente que le mataría.
Dicho y hecho. Unas semanas después de que Bernard hubiera recuperado la libertad, y después de recibir la visita de un periodista de Paris Match que le pasó las grabaciones de las declaraciones iniciales de la Muriel a la policía, añadiendo así más leña al fuego, Jean Marie Villemin abatió Bernard Laroche a tiros cuando volvía a casa del trabajo. A pesar de las amenazas públicas de Villemin, ni el juez ni los gendarmes le habían puesto ningún tipo de protección.
Jean-Marie Villemin fue detenido. Pero la cosa no acababa ahí.
Durante el tiempo transcurrido, la investigación había cambiado de manos; ahora ya no la llevaban los gendarmes locales comandados por el capitán Sesmat sino un inspector de la policía judicial de Nancy, Jacques Corazzi. Y Corazzi se había centrado en otra sospechosa: nada más y nada menos que Christine Villemin, la madre del Grégory. El juez Lambert la imputó y ordenó su detención.
Cuáles eran las razones de este giro inesperado?
Fundamentalmente, había tres:
En primer lugar, la policía había encontrado unos ovillos de cordel como los utilizados para atar el Gregory en el sótano de la casa de los Villemin. No eran los únicos de la familia a quienes se les encontró cordel de este tipo, pero coincidía con el usado por el asesino.
En segundo lugar, los expertos grafólogos (otros expertos grafólogos, no los iniciales) ahora decían que la letra de las cartas del Cuervo coincidía con la de la Christine y que en cambio, no coincidía con la del Laroche.
Y, sobre todo, tres compañeras de trabajo de Christine declararon haberla visto en las detenerse para depositar una carta a la oficina de correos de Lepànges el día del crimen, poco antes de las cinco de la tarde; es decir, a la hora en la que el Cuervo envió su última carta anónima, la que reivindicaba un crimen que aún no se había producido.
A estas alturas, tanto el asunto como Christine adquirían el carácter de un argumento y un personaje dignos de Patricia Highsmith. Si Christine era la asesina, si Christine era el Cuervo, eso quería decir que antes de matar a su hijo, había pasado cuatro años haciendo llamadas y enviando anónimos amenazantes contra ella misma y su familia. Y también hay que señalar que después de los hechos acompañó en varias ocasiones a su marido cuando iba a cargarse a Laroche, aunque, por diferentes circunstancias, en ninguna de ellas terminaron haciéndolo; el día que el Jean Marie finalmente lo mató, Christine estaba ingresada en el hospital a consecuencia de unas complicaciones de su segundo embarazo.
Christine, pasó diez días en prisión y, a pesar de estar embarazada, se declaró en huelga de hambre, protestando su inocencia. Luego el Tribunal de Casación de Nancy la puso en libertad con cargos y, finalmente, en 1993, el Tribunal de apelaciones de Dijon la exoneró "de manera categórica". En cuanto las acusaciones de sus compañeras de trabajo, pues, el tribunal aceptaba las explicaciones de la Christine: las compañeras equivocaban de día; ella sí se había detenido en correos y había enviado una carta, pero esto ocurrió la víspera del crimen. Esta carta pudo ser localizada y recuperada con la colaboración del destinatario, una empresa de venta por correo.
Mientras tanto, se había producido un giro mediático inesperado, protagonizado por la conocida escritora Marguerite Duras, que se había interesado por el crimen.
La Duras se desplazó a Lepànges y posteriormente publicó en Libération un artículo titulado: "Sublime, forcément sublime, Christine V". En el artículo, la escritora se mostraba convencida de la culpabilidad de la mujer, en parte en base en elementos tan subjetivos como "que le había notado un punto ausente en la mirada". De todos modos, acto seguido el excusaba y casi la aplaudía: según ella, Christine, en su condición de mujer, casada con Jean Marie desde muy joven, había caído en la trampa del matrimonio y el hijo, que la condenaban a quedar recluida a vivir una vida limitada, muy diferente a la que un día habría soñado, en aquel rincón claustrofóbico de mundo. El asesinato habría sido un magnífico acto de rebeldía, una especie de venganza poética por tantos años de opresión de las mujeres. Y, al mismo tiempo, la manera mediante la cual Cristine podría vencer una supuesta resistencia a hacer el amor con Jean Marie y volver a desear ser penetrada por él. Iba fuerte, la Duras. Más aún; en la versión original del artículo, Duras decía que "una madre que le ha dado la vida a un hijo, tiene el derecho de quitársela". El editor tachó la frase. De todos modos, la polémica y los debates posteriores, más que chispas, provocaron un verdadero incendio.
Pero por lo menos, Marguerite Duras proponía una respuesta, por complicada que fuera, a una pregunta que ni el inspector Corazzi ni el juez Lambert sabían contestar: ¿cuál sería la motivación de la Christine para matar a su hijo?
Jean-Marie Villemin fue condenado a cinco años de cárcel por el asesinato de Bernard Laroche y cumplió tres. Posteriormente, los Villemin se trasladaron a un pueblo al sur de París.
Es difícil que llegue a saberse qué pasó realmente. La liberación y la exculpación de Christine y el artículo de la Duras fueron los últimos acontecimientos realmente significativos del caso. En los últimos años, se han hecho análisis de ADN, que en aquella época no eran posibles, de los cordeles que ataban al niño, la ropa que llevaba el niño, la saliva en el sello de la carta anónima. Y estos análisis, o bien no han dado resultado, en algunos casos, por estar el ADN demasiado dañado, o por haber sido demasiada manipuladas las pruebas por los investigadores originales, o bien no han logrado identificar a ninguno de los sospechosos. Las técnicas modernas de identificación de voces, en el caso de las grabaciones en cinta, tampoco han dado ningún resultado aprovechable. Como declaró un experto: "La esperanza de resolver el misterio gracias a la ciencia se aleja cada día más".
De hecho, los errores acumulados en este caso, causaron directamente la creación en Francia del Departamento de Policía Científica, que antes no existía. Pero no todos los errores fueron técnicos; la incompetencia manifiesta del juez Lambert, la rivalidad entre diferentes cuerpos de policía y el eco mediático constante también jugaron un papel importante.
Hay dos simetrías curiosas entre los Laroche y los Villemin. La primera, en cuanto a las circunstancias personales: los dos hombres eran encargados a sus respectivos trabajos, aunque Bernard sólo desde hacía unas semanas, a los 29 años, y después de estar seis reclamando el ascenso (más o menos, el período de tiempo transcurrido desde que había sido ascendido Jean Marie). Las dos familias vivían en chalets adquiridos no hacía demasiado en las inmediaciones Lepànges ... aunque el de los Villemin superaba al de los Laroche. Las dos parejas tenían un hijo de cuatro años ... aunque mientras Grégory era un niño listo y espabilado, el hijo de los Laroche había nacido con un retraso. Parecía que una familia seguía la otra, pero siempre un paso atrás.
La segunda simetría se refiere a los indicios que señalan el Laroche y los que señalan Christine: si tres testigos dijeron que Christine había depositado la famosa carta en la oficina de correos de Lepànges, otros tres aseguraron que Muriel Bolle no había vuelto en autobús sino que había sido recogida por un coche igual que el de su cuñado ante la escuela; ambos tienen lagunas en sus coartadas que les habrían permitido cometer el crimen, aunque con el tiempo muy justo (más en el caso de Christine); ambos fueron señalados con "certeza total", en diferentes momentos, por los "expertos" grafólogos como autores de la carta anónima de reivindicación y otras comunicaciones escritas del Cuervo. Y en cuanto a los indicios subjetivos, si Marguerite Duras le notó una mirada "ausente" a Christine, en el vídeo, disponible en internet, donde Muriel Bolle se retracta ante la prensa de sus acusaciones iniciales, la chica habla con la cabeza baja, muy deprisa y sin mirar nunca a la cámara ni a la cara de los entrevistadores. Por otra parte, la gendarmería local creyó siempre en la culpabilidad de Laroche, mientras que la policía judicial de Nancy, que tomó el relevo de las investigaciones, estaba convencida de la culpabilidad de la Christine. Paradójicamente, sus respectivos jefes, el juez Lambert y los jueces Simon y Martin de Nancy, mantenían exactamente la teoría contraria a la de los agentes a los que dirigían. Para el inefable Lambert, Christine era culpable. Por Simon y Martin, Christine era inocente sin duda y la sospecha seguía planeando sobre el ya difunto Laroche.
Incluso la política se mezcló con el caso. Algunos periodistas no dudaron en presentarlo como un enfrentamiento donde por un lado estaba el laborioso obrero sindicalista Laroche, y por otro, los Villemin, decididos a triunfar a cualquier precio, siguiendo "las costumbres de la gente de derechas ". Y grupos de extrema derecha lo utilizaron para reclamar la re instauración de la pena de muerte, que había sido abolida en Francia hacía cuatro años.
¿Qué pasó realmente?
Teorías, claro,hay muchas.
Por un lado, están los partidarios de la culpabilidad del Bernard Laroche; estos ven pruebas de su animadversión hacia los Villemin en todas partes, o subrayan el hecho de que los grafólogos originales encontraron una impresión de la firma del Bernard en la carta anónima: marca de presión que habría dejado anteriormente en escribir en la hoja precedente de la libreta (esta prueba no se pudo utilizar ya que, como hemos dicho, los análisis grafológicos originales fueron anulados por defecto de forma; posteriormente, la manipulación un poco burda de la carta en la búsqueda de huellas digitales había casi destruyó el original). Recuerdan, igualmente que en un registro en su casa, la policía encontró un cassette de la canción de taberna "Chef, un petit verre, on a soif" , que el Cuervo le había puesto a Jean Marie Villemin en una de las llamadas anónimas para burlarse de él. También señalan a su mujer, Marie-Ange, como instigadora de la supuesta envidia y cómplice en lo que se refiere a las llamadas del Cuervo. Y, yendo más allá, otros dicen que el verdadero cómplice era Michel Villemin, tío del niño; si Jean Marie era el triunfador de la familia, Michel era el fracasado y el marginado, y, además, era amigo íntimo del primo Laroche. Michel, pues, sería quien le mantenía informado de todos los pormenores de la vida cotidiana de la familia Villemin. Michel fue también quien proporcionó la coartada para las horas previas al crimen en Laroche (Laroche habría ido a su casa a consultar un catálogo de venta por correo) y quien luego recibió la llamada reivindicando el asesinato la misma tarde que se cometió. Llamada que no fue registrada y de la que él era el único testigo.
Los partidarios de la culpabilidad de Christine se extrañan mucho de que la mujer hubiera dejado a su hijo pequeño sin vigilancia fuera de la casa, en un lugar donde no podía verlo ni oírlo desde la habitación donde planchaba, y aún más en aquel clima de constantes amenazas anónimas, y elaboran varias teorías: entre ellas que el niño ya estaba muerto cuando lo tiró al río; la madre habría ahogado el niño en la bañera, y esto explicaría que en el agua que se le encontró en el estómago no hubiera rastros de los microorganismos fluviales. Para otros, este ahogamiento doméstico habría sido accidental; el niño se habría ahogado en la bañera después de que la madre lo dejara allí sin vigilancia y posteriormente Christine habría montando toda la comedia del asesinato para ocultar su negligencia Otra cosa que le reprochan se que terminara vendiendo exclusivas en Paris -Match, donde salió a menudo en portada, después de pasar por las manos de los peluqueros, maquilladores y estilistas de la publicación. Christine argumenta que, con el marido encarcelado y sin trabajo, esa fue la única manera de poder pagar los abogados.
También hay quien especula con un affaire entre el Bernard Laroche y Muriel, menor de edad, que vivía en su casa, que justificaría las contradicciones del adolescente, al querer esconderlo. Otros, aún más osados, hablan de un deseo incontenible y frustrado del Laroche hacia Christine Villemin, mucho más atractiva que su mujer. Sin pruebas, claro, aunque sí es cierto que Laroche tenía fama de ser un hombre fogoso y atrevido con las mujeres. Y otros dicen que Laroche habría ahogado el niño a otro lugar antes de tirarlo al río. O que lo dejó en coma con la insulina.
Un tercer grupo lo formarían a quien juntan uno y otro en la responsabilidad del crimen, con teorías a menudo nada documentadas, como por ejemplo, diciendo que Grégory era producto de una infedilidad de Christine con Bernard. En un foro de internet, un lector se jactaba de haber resuelto el enigma cómodamente sentado en un sillón frente a su ordenador: "¡Pero si está clarísimo! ¡Sólo hay que abrir la foto del Gregory y dibujarle con el Photoshop un bigote y unas patillas y compararla con la de Bernard Laroche! ¡¡¡Son clavados !!! ". O sea que le tenían que matar antes que con el paso del tiempo el niño fuese creciendo y pareciéndose cada vez más a Laroche ... antes, digamos, que le saliera el bigote, haciendo evidente así de quién era hijo realmente.
Aún, un último grupo, busca de otros posibles culpables: Jacky, hermanastro mayor de Jean-Marie, con quien estaba en malas relaciones, o Jacob, suegro de Jacky, sindicalista, que no ocultaba su odio hacia los Villemin desde que este "se cambiara de bando". Culpable en solitario, o bien cómplice del Laroche, que habría secuestrado al niño y se lo habría entregado para encargarse él de asesinarle. Lo cierto, sin embargo, es que de todos aquellos que de una manera u otra tenían agravios contra la pareja, Bernard Laroche fue el único que no pudo aportar una coartada mínimamente sólida.
Y claro, todavía queda una posibilidad: si esto fuera una novela, al fin y al cabo el culpable resultaría ser alguien en quien nadie nunca había pensado y que habría observado las acusaciones contra Laroche y Christine muriéndose de risa. La diferencia entre la realidad y la ficción es que la realidad no siempre puede ofrecer soluciones definitivas.
Los Villemin continúan viviendo y trabajando en los alrededores de París. Tuvieron tres hijos más, que a estas alturas ya son adultos. En 2004 hicieron exhumar e incinerar el cuerpo de Grégory para llevarse las cenizas con ellos.
El delito prescribe el año 2018. Con toda probabilidad, llegado el momento, el expediente deberá guardarse en el archivo de casos sin resolver.
Copyright texto: Jaume Ribera. Prohibida la reproducción sin permiso por escrito del autor.
Credits: Images by Randolph Caldecott, Public Domain
Woods: andreiuc88/stockfresh
Vologne River: by Raphael Thassis
Homepage image: andreiuc/Crystalgraphics
Cuando cincuenta años después Honeycrumb intentó recuperar esta pista, ya era demasiado tarde: el testigo había muerto. Muchos archivos municipales y escolares de la época se habían perdido y no quedaba ningún hilo del que tirar. El caso de los Niños del Bosque de Stanley Park será un misterio para siempre.
EL CASO GRÉGORY VILLEMIN
El 16 de Octubre de 1984, alrededor de las 5 de la tarde, Gregory Villemin, un niño de cuatro años, desapareció de las inmediaciones del domicilio familiar, donde estaba jugando. Su madre, Christine Villemin estaba en el interior de la casa, enfrascada en tareas domésticas y cuando salió a buscarlo ya no lo encontró. Así es, cuando menos, cómo se desarrollaron los hechos según el relato de Christine. Esto ocurría en una zona rural cercana al pequeño pueblo de Lepànges, en el departamento de los Vosgos, en el noreste de Francia.
Christine Villemin corrió a buscar a su hijo en casa de sus vecinos y, al no encontrarlo, cogió el coche pensando que quizás el niño se había ido a pie en casa de la señora que le cuidaba durante su jornada laboral en una fábrica textil del pueblo. Casi simultáneamente, un cuñado de Christine, Michel Villemin, recibía una llamada anónima de una persona que le informaba de que había estrangulado a Grégory y había tirado el cadáver al cercano río Vologne. Michel Villemin llamó a la gendarmería para informar y, efectivamente, al atardecer, los gendarmes, que ya habían recibido también la denuncia de Christine por la desaparición de su hijo, encontraron el cuerpo del pequeño Grégory en el río. Estaba atado de manos y de piernas con cordeles, y llevaba una gorra hundida en la cabeza hasta taparle los ojos que, una vez retirada, mostró una expresión serena. El cuerpo no tenía golpes ni marcas evidentes de violencia. Estaba muerto, pero no había sido estrangulado.
Al día siguiente, Christine y su marido, Jean Marie Villemin, recibieron una carta anónima con este texto: "Espero que te mueras de pena, jefe. Tu dinero no te devolverán a tu hijo. Esta es mi venganza , pobre desgraciado ". La carta había sido depositada en el buzón de correos de Lepànges en algún momento entre las 4:40 y las 5: 20 de la tarde del día del crimen, es decir, muchas horas antes de que apareciera el cadáver. Casi con toda certeza antes de que se produjera el crimen. No había ninguna duda de que quien la había escrito era el asesino. La carta iba firmada con un alias: "El Cuervo". Detrás de este mote hay una referencia cinematográfica: la película de 1943 "Le Courbeau", de Heri-Georges Clouzot, sobre un pueblo en donde alguien siembra la discordia enviando a diestro y siniestro cartas anónimas que revelan secretos inconfesables de sus habitantes. Película, por cierto, inspirada en hechos reales ocurridos en la población de Tulle en 1922.
No era, ni de lejos, la primera carta del Cuervo. De hecho, durante los cuatro años anteriores, los Villemin habían recibido cientos de llamadas y muchas cartas anónimas insultantes, de burla o amenazantes. La mayoría iban dirigidas a los padres de Jean-Marie Villemin, pero otras las recibían sus familiares; principalmente los hijos y sobre todo Christine y el mismo Jean-Marie. Muchas de estas comunicaciones demostraban un resentimiento feroz hacia Jean-Marie Villemin, a quien el Cuervo menudo se refería como le petit chef. A sus veintiséis años, Jean Marie había progresado mucho en la fábrica de accesorios para el automóvil donde trabajaba; era capataz desde los veintiuno, y no parecía que su carrera fuera a detenerse en ese punto. Había quien lo consideraba "un traidor" desde el día en que después de ser despedido de un trabajo anterior por haber participado en una huelga, se borró de la CGT porque el sindicato no hizo nada por defenderlo. Sea como sea, era la persona de su círculo de amigos y familiares que mejor se había espabilado. Y el conocimiento que demostraba el Cuervo en sus comunicaciones de los eventos familiares de los Villemin sugería que se trataba de alguien de ese mismo círculo, un clan familiar no muy bien avenido, con una historia interna de pequeñas rencores, algún incesto, algún suicidio y una cierta endogamia, compuesto por unos cien miembros viviendo en la región.
Pese a que las voces no han podido ser nunca identificadas a partir de las grabaciones que se conservan, debido a su mala calidad y al hecho de que el Cuervo (o los Cuervos) impostaban la voz y probablemente tapaban el micrófono del teléfono con un pañuelo, la opinión general es que las llamadas procedían de dos personas; un hombre de voz ronca y una mujer. A este juego se sumaron ocasionalmente otros miembros de la familia, bien para darle una dosis de su propia medicina a quien fuera que en un momento determinado imaginaban que era el Cuervo, bien inspirados por los acontecimientos, para "arreglar cuentas pendientes". Cuando, antes del crimen, se acabaron poniendo algunas líneas telefónicas de los Villemin bajo vigilancia policial, el Cuervo cambió de táctica, y se dedicó a hacer llamadas a terceros haciéndose pasar por un Villemin para hacer pedidos o encargar servicios: de este modo, varios miembros de la familia se encontraron con los bomberos o con empleados de pompas fúnebres llamando a la puerta de su casa a horas intempestivas. El negocio de la electrónica prosperó en el valle del río Vologne: llegó un momento en el que la mayoría de los afectados se habían provisto de aparatos de adecuados para grabar las llamadas anónimas.
No se puede negar que en aquella pequeña comarca de los Vosgos estaban muy ocupados.
La autopsia de Grégory fue incompleta, ya que el juez Lambert, encargado del caso no considerón necesario realizar determinadas pruebas que le pedían los forenses. Por ejemplo, la única prueba toxicológica que sí se hizo fue la que detecta la presencia de alcohol en la sangre. También se determinó que el cadáver tenía relativamente poca agua en el estómago y en los pulmones, y que el agua del estómago (la de los pulmones no se analizó) no parecía proceder del río Vologne, ya que no se encontraron rastros de los elementos y microorganismos del agua del río, bastante contaminado por la presencia de muchas fábricas en sus márgenes. No se pudo concluir si Gregory murió ahogado o a consecuencia de un corte de digestión provocado por la temperatura del agua, aunque la segunda posibilidad parece más probable. Así las cosas (y en posteriores revisiones del informe) se determinó que o bien Grégory murió previamente, ahogado en otro lugar (por ejemplo, una bañera) o bien se le administró algún tipo de droga que hizo que ya estuviera comatoso y sin reflejos para intentar respirar en el momento de entrar en contacto con el agua del río. El cadáver no mostraba lesiones físicas, ni marcas defensivas ni de ningún otro tipo, salvo una pequeña herida, que se le encontró en el cráneo al levantar la piel de la cabeza. La autopsia más que dar respuestas, planteó preguntas.
El cadáver había sido arrastrado por el agua, flotando, hasta quedar atascado en una pequeña presa y la policía no podía determinar con certeza en qué punto del río había sido arrojado al agua. A falta de más elementos, pues, la investigación se centró en intentado averiguar quién era el Cuervo.
Fue por este camino por el que llegaron a Bernard Laroche, otro obrero industrial, primo hermano de Jean Marie y amigo íntimo del Michel Villemin. Laroche, aunque aparentemente mantenía una relación correcta con Jean Marie, había manifestado en algunas ocasiones frente a otras personas una cierta animadversión hacia él; le consideraba arrogante, despreciable, y un trepa. Con veintinueve nueve años, cara redonda, ojos globulosos y bigote característico, Laroche se parecía mucho a uno de los retratos robots hechos por la policía; el de un hombre al que habían visto rondando por los alrededores de la casa de la cuidadora de Grégory durante los días precedentes.
La coartada de Bernard Laroche para las horas en las que se habría producido el crimen era parcial y confusa; de hecho, lo eran todas sus actividades de ese día, desde que se levantó a las doce del mediodía (en aquellos momentos estaba haciendo el turno de noche en la fábrica donde trabajaba) hasta las siete de la tarde. A la hora en que se produjo el crimen, tenía un agujero en la coartada. Para los gendarmes, y por el juez local Lambert, encargado del caso, Bernard Laroche era sospechoso.
Este estatus se confirmó cuando su cuñada, Muriel Bolle, una adolescente de 15 años, declaró a la policía que la tarde del crimen, Bernard Laroche fue a recogerla en coche a la escuela; que se dirigieron hacia las afueras de Lepànges, donde Laroche se detuvo, salió del vehículo y regresó pocos minutos después con Grégory. Y, que inmediatamente, fueron hacia el pueblo, donde hicieron otra parada cerca de la oficina de correos y luego hacia el río, donde Bernard se detuvo por tercera vez y salió del coche con Grégory. Pasado un rato, volvió solo. Muriel Bolle repitió esta declaración seis veces, una de ellas ante el juez que llevaba el caso y otra en una reconstrucción del trayecto hecho ese día.
Cerca del lugar donde Muriel había indicado que l Bernard había llevado a Grégory hacia el río se encontraron una aguja hipodérmica y un frasco de insulina vacío de la misma marca y dosis que usaba la madre de Muriel, diabética . Esto dio lugar a la especulación de que el asesino le había inyectado la insulina al niño para provocarle un coma diabético. Esto explicaría que el niño no hubiera tragado mucha agua, aunque la insulina tarde un rato en actuar, dependiendo de la dosis y el peso del paciente. A aquellas alturas, sin embargo, ya era tarde para hacer análisis complementarios del cadáver, por ejemplo, para buscar la marca de la inyección subcutánea o intramuscular de insulina en la piel. Paralelamente, dos grafólogos identificaron la letra de Bernard Laroche en los anónimos recibidos por los Villemin.
Entonces, el juez Lambert, joven e inexperto, cometió otro error. En vez de mantener, de momento, el secreto del sumario, hizo detener a Bernard Laroche y convocó inmediatamente una rueda de prensa para comunicar a los periodistas, sedientos de noticias, la declaración de Muriel y el éxito de la investigación. Acto seguido, dejó volver a casa a la Muriel, con su familia. Muriel vivía con Laroche y les ayudaba a cuidar de su hijo pequeño, que era ligeramente retrasado.
Al día siguiente, después de pasar una noche en casa, Muriel se retractó, primero ante la prensa y luego ante la policía, de su declaración. Nunca se quejó de malos tratos, pero argumentó que había sido presionada por los gendarmes, que la amenazaban con imputarla como cómplice y enviarla al reformatorio. Ahora sostenía que el Bernard no la había ido a recoger a la escuela, que había vuelto con el autobús de transporte escolar y había ido directamente a casa.
Algunos compañeros de Muriel declararon que la chica no había cogido el autobús ese día, y que, en vez de eso había sido recogida por un coche de color verde (como el de Bernard). El conductor del transporte escolar tampoco recordaba la chica. Dijo que de haber subido a su vehículo probablemente se habría fijado, dado que Muriel tenía la piel pecosa y una cabellera pelirroja rizada bastante llamativa. Interrogada de nuevo por los gendarmes, Muriel, cuando le preguntaron por el conductor del autobús, describió al conductor habitual; pero ese día el conductor habitual estaba de baja y era un suplente quien conducía el vehículo.
No obstante, Muriel ya no cambió su versión. No lo haría nunca.
Y, con respecto a los análisis grafológicos, resultó que el juez Lambert les había solicitado saltándose los trámites legales, y los abogados del acusado consiguieron que fueran anulados por defecto de forma.
El juez Lambert ordenó que Bernat Laroche fuera liberado, aunque seguía imputado.
Al enterarse, Jean Marie Villemin, el padre del Grégory, juró públicamente que le mataría.
Dicho y hecho. Unas semanas después de que Bernard hubiera recuperado la libertad, y después de recibir la visita de un periodista de Paris Match que le pasó las grabaciones de las declaraciones iniciales de la Muriel a la policía, añadiendo así más leña al fuego, Jean Marie Villemin abatió Bernard Laroche a tiros cuando volvía a casa del trabajo. A pesar de las amenazas públicas de Villemin, ni el juez ni los gendarmes le habían puesto ningún tipo de protección.
Jean-Marie Villemin fue detenido. Pero la cosa no acababa ahí.
Durante el tiempo transcurrido, la investigación había cambiado de manos; ahora ya no la llevaban los gendarmes locales comandados por el capitán Sesmat sino un inspector de la policía judicial de Nancy, Jacques Corazzi. Y Corazzi se había centrado en otra sospechosa: nada más y nada menos que Christine Villemin, la madre del Grégory. El juez Lambert la imputó y ordenó su detención.
Cuáles eran las razones de este giro inesperado?
Fundamentalmente, había tres:
En primer lugar, la policía había encontrado unos ovillos de cordel como los utilizados para atar el Gregory en el sótano de la casa de los Villemin. No eran los únicos de la familia a quienes se les encontró cordel de este tipo, pero coincidía con el usado por el asesino.
En segundo lugar, los expertos grafólogos (otros expertos grafólogos, no los iniciales) ahora decían que la letra de las cartas del Cuervo coincidía con la de la Christine y que en cambio, no coincidía con la del Laroche.
Y, sobre todo, tres compañeras de trabajo de Christine declararon haberla visto en las detenerse para depositar una carta a la oficina de correos de Lepànges el día del crimen, poco antes de las cinco de la tarde; es decir, a la hora en la que el Cuervo envió su última carta anónima, la que reivindicaba un crimen que aún no se había producido.
A estas alturas, tanto el asunto como Christine adquirían el carácter de un argumento y un personaje dignos de Patricia Highsmith. Si Christine era la asesina, si Christine era el Cuervo, eso quería decir que antes de matar a su hijo, había pasado cuatro años haciendo llamadas y enviando anónimos amenazantes contra ella misma y su familia. Y también hay que señalar que después de los hechos acompañó en varias ocasiones a su marido cuando iba a cargarse a Laroche, aunque, por diferentes circunstancias, en ninguna de ellas terminaron haciéndolo; el día que el Jean Marie finalmente lo mató, Christine estaba ingresada en el hospital a consecuencia de unas complicaciones de su segundo embarazo.
Christine, pasó diez días en prisión y, a pesar de estar embarazada, se declaró en huelga de hambre, protestando su inocencia. Luego el Tribunal de Casación de Nancy la puso en libertad con cargos y, finalmente, en 1993, el Tribunal de apelaciones de Dijon la exoneró "de manera categórica". En cuanto las acusaciones de sus compañeras de trabajo, pues, el tribunal aceptaba las explicaciones de la Christine: las compañeras equivocaban de día; ella sí se había detenido en correos y había enviado una carta, pero esto ocurrió la víspera del crimen. Esta carta pudo ser localizada y recuperada con la colaboración del destinatario, una empresa de venta por correo.
Mientras tanto, se había producido un giro mediático inesperado, protagonizado por la conocida escritora Marguerite Duras, que se había interesado por el crimen.
La Duras se desplazó a Lepànges y posteriormente publicó en Libération un artículo titulado: "Sublime, forcément sublime, Christine V". En el artículo, la escritora se mostraba convencida de la culpabilidad de la mujer, en parte en base en elementos tan subjetivos como "que le había notado un punto ausente en la mirada". De todos modos, acto seguido el excusaba y casi la aplaudía: según ella, Christine, en su condición de mujer, casada con Jean Marie desde muy joven, había caído en la trampa del matrimonio y el hijo, que la condenaban a quedar recluida a vivir una vida limitada, muy diferente a la que un día habría soñado, en aquel rincón claustrofóbico de mundo. El asesinato habría sido un magnífico acto de rebeldía, una especie de venganza poética por tantos años de opresión de las mujeres. Y, al mismo tiempo, la manera mediante la cual Cristine podría vencer una supuesta resistencia a hacer el amor con Jean Marie y volver a desear ser penetrada por él. Iba fuerte, la Duras. Más aún; en la versión original del artículo, Duras decía que "una madre que le ha dado la vida a un hijo, tiene el derecho de quitársela". El editor tachó la frase. De todos modos, la polémica y los debates posteriores, más que chispas, provocaron un verdadero incendio.
Pero por lo menos, Marguerite Duras proponía una respuesta, por complicada que fuera, a una pregunta que ni el inspector Corazzi ni el juez Lambert sabían contestar: ¿cuál sería la motivación de la Christine para matar a su hijo?
Jean-Marie Villemin fue condenado a cinco años de cárcel por el asesinato de Bernard Laroche y cumplió tres. Posteriormente, los Villemin se trasladaron a un pueblo al sur de París.
Es difícil que llegue a saberse qué pasó realmente. La liberación y la exculpación de Christine y el artículo de la Duras fueron los últimos acontecimientos realmente significativos del caso. En los últimos años, se han hecho análisis de ADN, que en aquella época no eran posibles, de los cordeles que ataban al niño, la ropa que llevaba el niño, la saliva en el sello de la carta anónima. Y estos análisis, o bien no han dado resultado, en algunos casos, por estar el ADN demasiado dañado, o por haber sido demasiada manipuladas las pruebas por los investigadores originales, o bien no han logrado identificar a ninguno de los sospechosos. Las técnicas modernas de identificación de voces, en el caso de las grabaciones en cinta, tampoco han dado ningún resultado aprovechable. Como declaró un experto: "La esperanza de resolver el misterio gracias a la ciencia se aleja cada día más".
De hecho, los errores acumulados en este caso, causaron directamente la creación en Francia del Departamento de Policía Científica, que antes no existía. Pero no todos los errores fueron técnicos; la incompetencia manifiesta del juez Lambert, la rivalidad entre diferentes cuerpos de policía y el eco mediático constante también jugaron un papel importante.
Hay dos simetrías curiosas entre los Laroche y los Villemin. La primera, en cuanto a las circunstancias personales: los dos hombres eran encargados a sus respectivos trabajos, aunque Bernard sólo desde hacía unas semanas, a los 29 años, y después de estar seis reclamando el ascenso (más o menos, el período de tiempo transcurrido desde que había sido ascendido Jean Marie). Las dos familias vivían en chalets adquiridos no hacía demasiado en las inmediaciones Lepànges ... aunque el de los Villemin superaba al de los Laroche. Las dos parejas tenían un hijo de cuatro años ... aunque mientras Grégory era un niño listo y espabilado, el hijo de los Laroche había nacido con un retraso. Parecía que una familia seguía la otra, pero siempre un paso atrás.
La segunda simetría se refiere a los indicios que señalan el Laroche y los que señalan Christine: si tres testigos dijeron que Christine había depositado la famosa carta en la oficina de correos de Lepànges, otros tres aseguraron que Muriel Bolle no había vuelto en autobús sino que había sido recogida por un coche igual que el de su cuñado ante la escuela; ambos tienen lagunas en sus coartadas que les habrían permitido cometer el crimen, aunque con el tiempo muy justo (más en el caso de Christine); ambos fueron señalados con "certeza total", en diferentes momentos, por los "expertos" grafólogos como autores de la carta anónima de reivindicación y otras comunicaciones escritas del Cuervo. Y en cuanto a los indicios subjetivos, si Marguerite Duras le notó una mirada "ausente" a Christine, en el vídeo, disponible en internet, donde Muriel Bolle se retracta ante la prensa de sus acusaciones iniciales, la chica habla con la cabeza baja, muy deprisa y sin mirar nunca a la cámara ni a la cara de los entrevistadores. Por otra parte, la gendarmería local creyó siempre en la culpabilidad de Laroche, mientras que la policía judicial de Nancy, que tomó el relevo de las investigaciones, estaba convencida de la culpabilidad de la Christine. Paradójicamente, sus respectivos jefes, el juez Lambert y los jueces Simon y Martin de Nancy, mantenían exactamente la teoría contraria a la de los agentes a los que dirigían. Para el inefable Lambert, Christine era culpable. Por Simon y Martin, Christine era inocente sin duda y la sospecha seguía planeando sobre el ya difunto Laroche.
Incluso la política se mezcló con el caso. Algunos periodistas no dudaron en presentarlo como un enfrentamiento donde por un lado estaba el laborioso obrero sindicalista Laroche, y por otro, los Villemin, decididos a triunfar a cualquier precio, siguiendo "las costumbres de la gente de derechas ". Y grupos de extrema derecha lo utilizaron para reclamar la re instauración de la pena de muerte, que había sido abolida en Francia hacía cuatro años.
¿Qué pasó realmente?
Teorías, claro,hay muchas.
Por un lado, están los partidarios de la culpabilidad del Bernard Laroche; estos ven pruebas de su animadversión hacia los Villemin en todas partes, o subrayan el hecho de que los grafólogos originales encontraron una impresión de la firma del Bernard en la carta anónima: marca de presión que habría dejado anteriormente en escribir en la hoja precedente de la libreta (esta prueba no se pudo utilizar ya que, como hemos dicho, los análisis grafológicos originales fueron anulados por defecto de forma; posteriormente, la manipulación un poco burda de la carta en la búsqueda de huellas digitales había casi destruyó el original). Recuerdan, igualmente que en un registro en su casa, la policía encontró un cassette de la canción de taberna "Chef, un petit verre, on a soif" , que el Cuervo le había puesto a Jean Marie Villemin en una de las llamadas anónimas para burlarse de él. También señalan a su mujer, Marie-Ange, como instigadora de la supuesta envidia y cómplice en lo que se refiere a las llamadas del Cuervo. Y, yendo más allá, otros dicen que el verdadero cómplice era Michel Villemin, tío del niño; si Jean Marie era el triunfador de la familia, Michel era el fracasado y el marginado, y, además, era amigo íntimo del primo Laroche. Michel, pues, sería quien le mantenía informado de todos los pormenores de la vida cotidiana de la familia Villemin. Michel fue también quien proporcionó la coartada para las horas previas al crimen en Laroche (Laroche habría ido a su casa a consultar un catálogo de venta por correo) y quien luego recibió la llamada reivindicando el asesinato la misma tarde que se cometió. Llamada que no fue registrada y de la que él era el único testigo.
Los partidarios de la culpabilidad de Christine se extrañan mucho de que la mujer hubiera dejado a su hijo pequeño sin vigilancia fuera de la casa, en un lugar donde no podía verlo ni oírlo desde la habitación donde planchaba, y aún más en aquel clima de constantes amenazas anónimas, y elaboran varias teorías: entre ellas que el niño ya estaba muerto cuando lo tiró al río; la madre habría ahogado el niño en la bañera, y esto explicaría que en el agua que se le encontró en el estómago no hubiera rastros de los microorganismos fluviales. Para otros, este ahogamiento doméstico habría sido accidental; el niño se habría ahogado en la bañera después de que la madre lo dejara allí sin vigilancia y posteriormente Christine habría montando toda la comedia del asesinato para ocultar su negligencia Otra cosa que le reprochan se que terminara vendiendo exclusivas en Paris -Match, donde salió a menudo en portada, después de pasar por las manos de los peluqueros, maquilladores y estilistas de la publicación. Christine argumenta que, con el marido encarcelado y sin trabajo, esa fue la única manera de poder pagar los abogados.
También hay quien especula con un affaire entre el Bernard Laroche y Muriel, menor de edad, que vivía en su casa, que justificaría las contradicciones del adolescente, al querer esconderlo. Otros, aún más osados, hablan de un deseo incontenible y frustrado del Laroche hacia Christine Villemin, mucho más atractiva que su mujer. Sin pruebas, claro, aunque sí es cierto que Laroche tenía fama de ser un hombre fogoso y atrevido con las mujeres. Y otros dicen que Laroche habría ahogado el niño a otro lugar antes de tirarlo al río. O que lo dejó en coma con la insulina.
Un tercer grupo lo formarían a quien juntan uno y otro en la responsabilidad del crimen, con teorías a menudo nada documentadas, como por ejemplo, diciendo que Grégory era producto de una infedilidad de Christine con Bernard. En un foro de internet, un lector se jactaba de haber resuelto el enigma cómodamente sentado en un sillón frente a su ordenador: "¡Pero si está clarísimo! ¡Sólo hay que abrir la foto del Gregory y dibujarle con el Photoshop un bigote y unas patillas y compararla con la de Bernard Laroche! ¡¡¡Son clavados !!! ". O sea que le tenían que matar antes que con el paso del tiempo el niño fuese creciendo y pareciéndose cada vez más a Laroche ... antes, digamos, que le saliera el bigote, haciendo evidente así de quién era hijo realmente.
Aún, un último grupo, busca de otros posibles culpables: Jacky, hermanastro mayor de Jean-Marie, con quien estaba en malas relaciones, o Jacob, suegro de Jacky, sindicalista, que no ocultaba su odio hacia los Villemin desde que este "se cambiara de bando". Culpable en solitario, o bien cómplice del Laroche, que habría secuestrado al niño y se lo habría entregado para encargarse él de asesinarle. Lo cierto, sin embargo, es que de todos aquellos que de una manera u otra tenían agravios contra la pareja, Bernard Laroche fue el único que no pudo aportar una coartada mínimamente sólida.
Y claro, todavía queda una posibilidad: si esto fuera una novela, al fin y al cabo el culpable resultaría ser alguien en quien nadie nunca había pensado y que habría observado las acusaciones contra Laroche y Christine muriéndose de risa. La diferencia entre la realidad y la ficción es que la realidad no siempre puede ofrecer soluciones definitivas.
Los Villemin continúan viviendo y trabajando en los alrededores de París. Tuvieron tres hijos más, que a estas alturas ya son adultos. En 2004 hicieron exhumar e incinerar el cuerpo de Grégory para llevarse las cenizas con ellos.
El delito prescribe el año 2018. Con toda probabilidad, llegado el momento, el expediente deberá guardarse en el archivo de casos sin resolver.
Copyright texto: Jaume Ribera. Prohibida la reproducción sin permiso por escrito del autor.
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